Él enciende un cigarrillo, el café está repleto y las cucharas tintinean en las tazas de porcelana.
- Sé que aún me amas, te mientes, reniegas ¿para qué?
Ella está cansada del juego, sólo quiere escapar. Revuelve la taza nerviosamente. Levanta la vista y contesta:
- Me pediste que te dijera la verdad, ésa es ¿por qué no la aceptas?
- Porque te conozco muy bien y sé que estás mintiendo. Tú querías seguir con esto y yo no podía quebrar tu corazón. Mereces alguien que te ame de verdad y yo no puedo hacerlo.
Con un suspiro de exasperación, ella mira hacia los espejos que le devuelven la luz lúgubre de la tarde. El viento mueve las ramas que golpean los cristales de la fachada.
- Mira, te lo he explicado mil veces: fue un juego, todo fue falso, trajiste a mi vida lo inesperado, un continuo quiebre a la rutina, fue agradable, quise pensar que era amor, pero cuando eso acabó no quedó nada. Eso es todo.
- Sí, claro - dice con sarcasmo - Yo sé que soy un hombre único y que no encontrarías alguien como yo jamás. No puede ser que no me hayas amado. Además, lo dijiste a los cuatro vientos.
- Quien más repite algo a todo el mundo es quien más necesidad tiene de autoconvencerse de ello ¿Acaso no lo entiendes?
- ¡Deja de mentir! - grita él golpeando la mesa. Las cucharillas y la porcelana resuenan al unísono ante el inesperado movimiento.
Los parroquianos del café callan y vuelven la vista hacia la mesa. Ella se azora y baja la vista enrojecido el rostro. Él mira a todas partes con actitud desafiante y el silencio desaparece paulatinamente. Afuera los años cuarenta siguen su curso de personas paseando con sombreros y guantes, de su aire de incertidumbre y fantasmas de guerra.
- Si tanto me conoces, entonces deberías saber que quería continuar con esto sólo porque soy impulsiva, irresponsable y hedonista, y contigo lo pasaba bien.
- ¡Obviamente lo pasabas bien! ¡Si soy yo!
- ¡Uf! ¡Qué comentario tan modesto! - la ironía parece molestar profundamente al hombre al otro lado de la mesa quien con un gesto rápido apaga el cigarrillo en un cenicero de cristal.
- Me atengo a las pruebas.
- Tú siempre te atienes a los hechos. Hablas mucho. Me molesta profundamente tu falta de humildad, creo que se debe a inseguridad ¿no has reflexionado al respecto?
- No necesito reflexionar acerca de nada. Soy muy feliz como estoy.
- Bien, supongo que eso te da el derecho de aconsejar a todo el mundo cómo debe vivir su vida.
- Por supuesto, a los veinte años yo ya era un ejemplo en mi comunidad. Ayudaba en mi casa, no estaba en la vereda drogándome como los mequetrefes de mi calle.
- No necesitas repetírmelo, en los últimos meses he escuchado suficientes veces de lo maravillosa que es tu vida, lo magnífica que ha sido tu superación y que has sido un hombre que se ha hecho a sí mismo.
- Y así es, no tengo títulos universitarios, la sociedad me consideraría un componente de la clase baja y, sin embargo, gano millones y...
En ese punto ella ya no escuchaba sino el canto uniforme de sus palabras que se desprendían de su sentido a medida que eran emitidas, pensaba en el objeto de este encuentro. De pronto despertó de su ensoñación y lo interrumpió diciendo:
- Me parece estupendo, te felicito ¿Pidamos la cuenta? Debo irme, tengo otros compromisos.
- No aún, no has admitido que me amas.
- Y no lo haré.
- Hazme un favor, de ahora en adelante no mientas más. De verdad eres un caso de psiquiatría.
- Perdóname si jugué contigo. No fue a propósito, es sólo que me equivoqué. Siempre supe que esto no tenía ningún futuro, por eso te dije ya no va más y por lo mismo no lo quería empezar en primer lugar.
- ¡Ah, sí! Ya había olvidado que a cuatro días de nuestra primera cita me dijiste que no me querías ver más.
- Así fue, pero insististe tanto que terminé cediendo ¡Maldita pusilanimidad! Y esa condenada canción acerca de que "es mi vida y ella me eligió". Bueno, ya no tiene objeto pensar en eso. De hecho esta conversación tampoco lo tiene ya. En verdad debo irme.
- Sé que todo lo que hagas de ahora en adelante será provocado por tu inmenso amor por mí.
- Me da nauseas tu autosuficiencia.
Él no la escucha y continua diciendo:
- Si andas con otro será para olvidarme, si dices algo de mi futura pareja será porque no puedes soportar que me tenga otra, si eres infeliz será porque la nostalgia de mí te atenace la garganta...
Ella se siente mal, todo le da vueltas alrededor, toma un billete, lo deja en la mesa y se levanta. Al irse quiere decir adiós, pero en vez de eso, devuelve violenta e involuntariamente todo el contenido de su estómago sobre el traje de él.
Abril de 2009